Saturday, January 13, 2007

Etiquetemos a los políticos




Al igual que alcohol y tabaco, etiquetemos a los políticos
Debieran llevar colgando al cuello un letrero que advierta: “Cuidado, hablar con esta persona puede causar pérdidas económicas, engaños y traiciones”

TE ESTÁN MATANDO, reza el aviso de letras blancas y fondo negro en cada cajetilla de cigarrillos. Sin embargo, el acostumbramiento a leer la frasecita terminó por tornarla inútil, transformándola, casi, en un simple aporte al diseño gráfico de los envases. La idea es (o era) desincentivar el consumo de tabaco, especialmente entre los jóvenes. No cuento con estadísticas serias respecto del éxito o fracaso de la campaña iniciada y legalizada por la Cámara de Diputados, pero doy fe de que acá en Coltauco, tanto el supermercado de la comuna como los tres negocios que venden ese venenoso producto aseguran que luego de un primer período de ‘baja’ en las ventas, al pasar los primeros meses de advertencias legales, el consumo de tabaco recobró su ritmo de siempre. Lo mismo aseguran los quiosqueros del Paseo Independencia en Rancagua.

No obstante, la campaña anti tabaco puede mostrar logros importantes, como por ejemplo contar con espacios libres de las tóxicas volutas, restaurantes con ambientes agradables y mayor respeto por los no fumadores, que dicho sea de paso constituyen amplia mayoría en el país. Aunque ahora resulta muy difícil encontrar personas fumando en recintos cerrados, el número de “traga humos” continúa siendo alto y quizá el mismo de antes, con el atenuante (¿o agravante?) que hoy ejercitan su vicio públicamente en parques, plazas, calles y estadios.

Un honorable parlamentario presentó un proyecto de ley proponiendo repetir con el alcohol lo realizado con el tabaco. Vana ilusión. No me imagino a la cabrería universitaria, poblacional y trabajadora haciéndole asquitos a los botellones de pisco y de ron, a las latas de cerveza o al humilde tintolio, porque en los envases esté dibujada una frase que huele más a falsa “auto ayuda” que a otra cosa. Tal vez -y sólo tal vez- la iniciativa parlamentaria logre algo. Está por verse. Pero que los ‘carreteros’ continuarán ingiriendo alcohol a pesar de las buenas intenciones de los políticos y médicos, no es motivo siquiera de duda. En los barrios y poblaciones, así como en los campos y comunas rurales, la jarana de cervezas y piscolas continuará con el mismo volumen de ingesta al término de los partidos del fútbol amateur o en las fiestas y bailes populares. Con o sin poesía.

Nuestros hombres públicos se resisten a entender que sólo a través de una educación permanente, seria, atractiva y no excluyente será posible erradicar –luego de algunos años- las malsanas adicciones que mantienen a los chilenos al tope de las estadísticas negativas en Latinoamérica en estos temas. Algunos parlamentarios siguen creyendo que con la dictación de determinada ley los problemas se terminan por arte de magia. Si así fuera, deberían legislar de inmediato prohibiendo ‘oficialmente’ la pobreza.

Mientras los asuntos detallados en estas líneas no sean enfrentados con la mejor de las armas -la educación- toda iniciativa (como las conocidas hoy) terminará siendo considerada por el público más que una exitosa acción, una muestra de la demagogia mediática y verborreica de los ‘respetables’. Un fuego de artificio que ilumina el cielo durante algunos minutos, difuminándose de inmediato. A los políticos eso les encanta. Muchas luces, algo de ruido y cero efectos.

Ya que educación estamos hablando, y debido a la tozuda negativa de las autoridades a establecer una asignatura de Educación Cívica en los planes y programas de la Educación Básica y de la Enseñanza Media, bueno, sano y conveniente sería entonces que –siguiendo la línea de pensamiento de los parlamentarios- se dictase una ley que obligue a los políticos de todas las layas, status y pelajes, a llevar colgado del cuello un letrero que indique al público: “Cuidado, hablar con esta persona puede causar pérdidas económicas, engaños y traiciones”. O simplemente: “Te están robando”. O “Peligro, chamullero al acecho”.

No creo que lo anterior sea descabellado ni constituya un despropósito, pues aunque tabaco y alcohol pueden matar, la decisión de consumirlos atraviesa por la voluntad del interesado. No así los parlamentarios, ya que ninguno de ellos –ninguno- fue propuesto directamente por el público elector, el que está obligado a elegir entre Chalo y Lalo designados a dedo por las directivas de las tiendas políticas. Chalo me miente, Lalo me engaña; y ambos me esquilman ‘legalmente’. El cartelito es más que necesario para evitar socializar involuntariamente con algunos especímenes peligrosos para nuestra salud mental y financiera.

Obviamente, nuestros distinguidos representantes políticos no se verían muy cachondos con un letrerito pendiendo de sus honorables cuellos, pero ello permitiría distinguirlos de la masa ciudadana trabajadora y esforzada sin temor a equívoco, a la cual se le exige portar alguna identificación que acredite lo que el individuo dice ser para no mover a engaño a las autoridades policiales y judiciales. Y si a los parlamentarios, alcaldes y concejales les agrada instalar en los parabrisas de sus automóviles un pequeño cartel que señala sus cualidades de fuero a objeto de salvar cualquier valla burocrática y contar con privilegios que les son vedados a las mayorías, ¿por qué entonces deberían oponerse a portar el mismo aviso en sus propias humanidades?

Ya, okey… un letrero puede ser indigno. Está bien. Cambiémoslo por una pequeña identificación plastificada similar a las que usan miles y miles de chilenos en sus respectivos trabajos y que llevan enganchadas en los bolsillos de las camisas, o en los vestones. Lo importante es poder distinguirlos para que cada ciudadano esté atento y pueda decidir –voluntaria y democráticamente- conversar, compartir, eludir o rechazar a la interpósita persona que tiene al frente, y atenerse de manera responsable a los designios de su decisión.

Los médicos usan delantales blancos y estetoscopios; los deportistas visten buzos con identificaciones precisas de la actividad que ejercitan; los obreros portan cascos; los campesinos llevan palas; los vendedores trasladan maletines; los estudiantes, militares, bomberos, marinos, carabineros y aviadores visten uniformes; los curas usan cuellos blancos y una hermosa cruz en sus pechos; los ‘acomodadores’ de autos muestran paños amarillos e incluso identificaciones entregadas por el municipio respectivo; las ‘venteras’ se reconocen a lo lejos por sus delantales blancos y canastas henchidas de golosinas; incluso los voluntarios del Ejército de Salvación y los del Fiducia usan tenidas identificatorias; ¿y los políticos, qué?

Es hora ya que en Chile, ante la ley y la sociedad, todos seamos iguales en nuestras diferencias particulares. Al menos, así definió el gran Pericles a la principal característica de la democracia ateniense hace siete siglos.
Recopilado por dpm