Saturday, January 14, 2006

Alternancia en el poder

En esta elección presidencial 2005-2006 un mensaje de campaña que destaca en la derecha es la “alternancia en el poder”. La Alianza ha insistido que el país necesita con urgencia una coalición “alternativa” para conducir el país. En caso contrario nuestra democracia podría debilitarse ante males potenciales que acarrea la ausencia de alternancia: corrupción, nepotismo, intervencionismo, desidia. En efecto, algunos de estos actos ya han sido denunciados en el fragor de la campaña y en algún momento amenazaron empañar el brillante sexenio de Lagos. Por su parte, la Concertación de ganar esta elección alcanzaría 20 años en el poder, superando los 17 del régimen militar. Entonces, una legítima duda recae sobre la capacidad que tendrá para renovarse y evitar los vicios. ¿Es la alternancia en el poder un imperativo para las democracias? ¿No será legítimo que ahora el turno de gobernar sea de la derecha? ¿Es la confianza política un catalizador de las opciones electorales de los ciudadanos?

El uso de la “alternancia en el poder” como lema no es nuevo. En la elección presidencial de 1999 Lavín al referirse al cambio proponía no sólo transformar la calidad de vida de los chilenos, también planteó que la Concertación debía abandonar el poder a riesgo de caer en fatiga y abusos. Consistentemente, en primera vuelta de la elección 2005 y en lo que va de campaña Piñera ha hecho suya esta idea-fuerza. Esta vez, el “cambio” como lema cedió ante uno revestido de mayor sofisticación: “la alternancia en el poder” se observa en consignas como “paremos la sillita musical”, “que ahora les toque a otros gobernar”, “escoba nueva barre mejor que una vieja”, “lo que no hicieron en 16 años ahora menos podrán hacerlo” “caras nuevas para problemas viejos”. La ciudadanía ha escuchado con insistencia que de no gobernar la derecha en el próximo periodo el principio de alternancia en el poder estaría siendo socavado. Los ciudadanos hemos sido informados que una democracia lo requiere, que es parte de su naturaleza y si ello no ocurre la corrupción podría instalarse y extenderse.

Su uso reiterado lo hace el mensaje estrella de esta elección. Conviene entonces discutir su verdadero lugar en las democracias, plantear algunos equívocos en su uso -propio de contiendas discursivamente sostenidas- y aventurar posibles desafíos postelección que su real significado plantea.

Primero, el argumento plantea equívocos. Es muy cierto que un principio elemental de las democracias contemporáneas es la “alternancia en el poder”, pero este principio opera como un conjunto de “garantías” y no como un “imperativo” democrático que las fuerzas políticas pueden invocar cuando no son objeto de las preferencias ciudadanas.

La alternancia en el poder es un requisito presente en las democracias maduras y estables no cuando los partidos políticos se “turnan en el poder” –como bajo aguas sugiere la derecha- sino cuando hay garantías que todas las fuerzas políticas estén en igualdad de condiciones para competir electoralmente y eventualmente gobernar. Comúnmente estas garantías se refieren a la presencia de elecciones libres e informadas, a la existencia de organismos electorales independientes, a la libertad del voto, a la regulación legal de la intervención electoral por parte del gobierno –cuestión donde la Concertación tendría tejado de vidrio-, y en democracias avanzadas, al límite y fuerte reglamentación del uso del dinero en las campañas; todas estas garantías fueron proscritas hace dos décadas en Chile y el Cono Sur y están aún pendientes en muchos lugares del mundo.

Asimismo, que efectivamente una democracia tenga “alternancia en el poder” -una vez presentes los requisitos de competencia electoral- descansa y es decisión soberana de los ciudadanos a través del voto, asunto fundacional de la democracia moderna. Es en el pueblo soberano donde reposa la decisión de alternar sus representantes para que ejerzan el poder o, en otras palabras, decidirse por nuevas alternativas políticas que representen de mejor manera sus intereses individuales o corporativos.

Hablar de alternancia en el poder como un “imperativo” confunde porque a primera vista sugiere que la Concertación mañosa e ilegítimamente ha permanecido gobernando, más por voluntad propia que ciudadana. En cambio, se sostiene que de llegar la Alianza al poder esta creciente anomalía de nuestro sistema democrático podría remediarse. El argumento de la derecha al sugerir que la rotación del poder sería un imperativo más que una decisión soberana de los ciudadanos, privilegia la ley del dedo como principio para decidir quién gobierna. Además, a primera vista plantea que la Alianza debiera gobernar por derecho propio, por cuestión de turno y no por el mérito de sus propuestas programáticas y la acogida que ellas tengan en la ciudadanía. Es cierto que le hace bien a las democracias que los partidos políticos no se perpetúen en el poder, excepto si los ciudadanos deciden lo contrario.

Segundo, la alternancia o la rotación del poder vía elecciones democráticas esta muy asociada a los pactos de confianza entre electores y fuerzas políticas. Conocer por anticipado el futuro nos está impedido. La confianza trata de la incertidumbre que acarrea el futuro sobre los actos de otros con quienes tenemos que obligatoriamente lidiar. La confianza en la capacidad de gobierno de un candidato y su coalición trata del nivel de expectativa que nos hacemos del cumplimiento y no violación de las promesas sostenidas, de la consistencia entre dichos y actos. Aunque el discurso de Hirsch cautivó a muchos en primera vuelta, esa atracción no se transformó en votos pues sus propuestas programáticas no eran de fiar. Ayudados por la memoria, decidimos confiar por la capacidad que atribuimos a un candidato o coalición de comportarse fielmente a lo que comúnmente una sociedad espera de sus gobernantes.

En Chile la Concertación no ha decidido unilateralmente continuar gobernando, más bien los ciudadanos sobre la base de sus preferencias y poder soberano han manifestado su voluntad que así sea. Es muy probable que la evaluación que los ciudadanos hacen de cómo la Concertación ha influido en la mejora de sus condiciones de vida, en sus oportunidades de acceso a bienes públicos y privados o en los niveles de paz social que el país goza haya influido para que ellos otorguen su confianza a la misma coalición durante 16 años sucesivos. Esa confianza se refiere probablemente a la capacidad que la Concertación ha tenido para cumplir con las expectativas creadas y con las aspiraciones legítimas de los chilenos.

Ahora bien, contrariamente a lo que se ha dicho en estas semanas, quizá podría afirmarse que el país sí ha tenido alternancia del poder en lo que va de democracia. El problema es que ella estaría circunscrita al interior de una sola coalición. Esa alternancia estaría dada por la riqueza interna que tiene la Concertación como coalición pluripartidista. La ciudadanía no habría visto en estos años una alternativa de gobierno en la oposición. Más bien ha encontrado en la misma coalición gobernante alternativas confiables para conducir el país. Dos presidentes democratacristianos, luego un Presidente progresista de tendencia humanista laica y ahora una candidata planteada como continuidad pero con un liderazgo inédito para Chile y Sudamérica son expresión de cómo los chilenos han hecho uso efectivo de su poder soberano para hacer variar a sus gobernantes.

Contrariamente, la derecha chilena en lo que va de democracia no ha ganado ninguna elección. Podría suponerse que mientras la ciudadanía sancione a través del voto que la derecha es una alternativa menos fiable para ejercer el poder no habrá “alternancia en el poder entre coaliciones”, sino sólo y tal como ha sido hasta ahora, “alternancia intracoalición”. Esto plantea una peculiar dinámica de alternancia de la democracia chilena y que según los análisis más serios provenientes de uno y otro lado veremos nuevamente el próximo domingo.

Para la Concertación el desafío estará en concretar las políticas pendientes y sobreponerse a la legítima duda de corrupción que recae sobre todos los gobiernos que luego de sucesivas elecciones conservan el poder. Asimismo, la Concertación por primera vez tendrá mayoría parlamentaria. La denominada nueva bancada de izquierda se apresta a implementar una serie de iniciativas controversiales y sensibles para algunos sectores. Por lo tanto, la necesidad de llegar a acuerdos al interior de la coalición será mucho mayor que en el pasado. La continuidad como bloque que sabe vivir en diferencia y mantener equilibrios será puesta a prueba como nunca antes. En definitiva, la confianza en su capacidad de hacer política estará en juego. También será de escrutinio público el nuevo liderazgo que la Concertación ha planteado al país a través de una candidata más convocante y reñida con el perfil del político clásico. Esta será una vitrina para que la ciudadanía observe la capacidad que la Concertación tiene de renovarse internamente, tomar riesgos y salir airoso de ello.

Por su parte, una presunta derrota de la Alianza reflejaría que esta no ha sabido transmitir confianza a los ciudadanos para representar sus intereses ni articularse políticamente –léase llegar a acuerdos- para ese fin. Pero la confianza es dinámica y en el escenario postelección, la derecha será nuevamente puesta a prueba desde el primer día y su tarea será dar fe de la palabra empeñada si aspira a la alternancia el 2010. Al menos tres expectativas han sido creadas. Por primera vez en el sector se ha materializado en una candidatura el anhelo de una derecha moderna, democrática y preocupada genuinamente por los asuntos del bienestar de las personas. El desafío será dar continuidad y profundizar políticamente la formación del nuevo referente que la candidatura de Piñera ha insinuado con fuerza. Será asimismo objeto de escrutinio público la veracidad del alto al fuego declarado para la segunda vuelta entre la UDI y RN. De haberse tratado sólo de un pacto momentáneo y en base a la buena fe de Lavín, la credibilidad pública del sector se verá debilitada. También será foco de atención si Piñera se repliega a sus asuntos privados o si lidera su vociferado nuevo referente “humanista-cristiano-de-centro-derecha”. Por último, muchas promesas de campaña para mejorar el bienestar de las personas serán recordadas una vez que la derecha se pronuncie en el Parlamento ante la ola de reformas que la Concertación ha anunciado a los sistemas previsionales, salud y educación. Llamará la atención de los ciudadanos el eventual apoyo de la derecha a estas políticas progresistas y la capacidad de crear propuestas nuevas. El 16 de enero la derecha, entonces, comenzará nuevamente a ser evaluada como alternativa de gobierno, y todos estos aspectos que ayudan a construir confianza estarán en juego.

En suma, lograr alternancia en el poder, para las coaliciones que son oposición, está lejos de ser un derecho adquirido, más bien se alcanza cuando aumenta la confianza de los electores en su capacidad de gobierno y de representar sus demandas e intereses a través de políticas eficaces. Este será el principal desafío de la derecha en adelante. La Concertación, en cambio, tiene la tarea nuevamente de responder a las expectativas ciudadanas y de hacer del futuro lo que la gente más o menos espera de él. Sin embargo, luego de 16 años gobernando corre el riesgo de fatigarse, perder iniciativa y credibilidad, o en el extremo caer en vicios, todo lo cual pondría en riesgo la confianza ganada. Si por el contrario un eventual gobierno de Michelle Bachelet logra implementar políticas de continuidad y cambio que representen el interés mayoritario del país, la alternancia “intracoalición” marcará por el momento el límite de opciones que los ciudadanos estiman disponibles para gobernar el país.

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Alejandro Carrasco. Sociólogo y magister en ciencia política (PUC), actualmente cursa un PhD en Cambridge.